lunes, 21 de octubre de 2013

Divide y vencerás

Ya dije una vez, que el máximo éxito de las televisoras afiliadas al grupo de poder mexicano tradicional, esas familias que ni se despeinan con la "democracia", es el haber convencido al proletariado de dos cosas:

  1. Las clases sociales son cuestión de consumo, no de posición en la cadena productiva.
  2. La solidaridad y la fraternidad estorban en el éxito personal, y éste es más importante.
Con esas dos simples ideas, extrapoladas una y otra vez en diferentes ejemplos e historias dramáticas a través de los programas, noticieros y telenovelas, han logrado lo que hubiera sido el sueño de los césares a la hora de enfrentarse al poder popular de Roma: Absoluta división y desconfianza entre el pueblo.

En tiempos de los romanos, con todo y que las castas sociales estaban muy marcadas y la movilidad social era difícil, ese mismo "orden" tomado con un sentido casi religioso hacía que entre las clases pobres existiera una gran solidaridad. Desde el alfarero hasta el maestro de oratoria, del campesino al simple legionario, todos sabían que estaban a merced de los patricios y su mafia del Senado.

Esa conciencia no solía actuar contra las instituciones de poder, por ese mismo convencimiento del "orden natural" (curioso que los católicos conservadores usen el mismo término contra las legislaciones por los derechos de mujeres y comunidades altersexuales).

Pero cuando actuaba, vaya que actuaba. En el siglo XX tuvimos la última muestra de ese poder popular italiano: un ex dictador linchado, casi desfigurado y colgado de cabeza en público junto con su esposa y el resto de su séquito en una plaza.

Mucha de la crispación social durante la época dorada de los movimientos obreros mundialestambién venía de ese sentido de "hermandad". Todos se sentían y sabían explotados por los dueños de las empresas: el obrero mal pagado, el campesino que debía malbaratar su algodón, su carne o su grano, el pequeño comerciante con una ganancia mínima y a menudo endeudado con el proveedor, e incluso el burócrata ninguneado e incapacitado para ejercer la ley contra quienes tuvieran dinero.

Gracias a esa primigenia unión de clase, se lograron obtener los derechos obreros y sociales de que gozamos (por ahora). La jubilación, el salario mínimo, las vacaciones, la atención médica, etc.

Pero los poderosos aprendieron su lección, y crearon, en primera instancia, los "sindicatos blancos", quienes al principio actuaron como rompehuelgas y grupos de choque, para luego convertirse en "ejemplo" de lo bien que les va a los empleados bien portados y dóciles.

La primera columna fue derribada, y en los siguientes años a fuerza de corrupción, engaño y soborno, el sindicalismo degeneró en las "unions" gringas, los sindicatos oficialistas mexicanos y los partidos laboristas europeos.

Pero las brasas seguían encendidas, los derechos obtenidos no podían eliminarse sin que la gente reaccionara.

Así que se tomaron cuestiones tan simples como las modas y la brecha generacional para minar la unión.

Recordemos, por ejemplo, lo que decía Ambrose Bierce, el Gringo Viejo en sus cartas sobre por qué se iba a México: "porque parece que algo se está haciendo".

En ese tiempo, y por lo menos hasta principios de los años 50, los estadunidenses tenían una extraña conciencia de la igualdad, de la fraternidad y la solidaridad, incluso obrera. Aún no empezaba la feroz cacería McArthista y hasta los escritores más conservadores hablaban de que el futuro de la humanidad sería volver al comunismo original o una variante.

Así que con la popularización de la televisión, surgió la oportunidad de enterrar de una vez por todas el sentimiento de igualdad.

Con la radio no se pudo, porque además de ser más o menos barata, cualquiera podía escuchar la radio, incluso desde fuera de la casa donde estuviera instalada. Si había una pelea de box, un anuncio oficial, cualquier tema relevante transmitido en vivo, 80 o 90 personas metidas en un bar podían estar apretujadas escuchando, sin  tener que ver el aparato para enterarse de lo que pasa.

Con la tele no. La tele debes verla de frente y de cerca, así que tener una implicaba que sólo algunas personas podían acompañarte a verla, "un grupo selecto".

La televisión es elitista de nacimiento.

Así que, acorde con su naturaleza, la tele se usó para separar a la gente. Ahora, sólo los que tuvieran tele podrían enterarse de ciertas cosas, disfrutar ciertos contenidos. Eran gente "privilegiada", no sólo por tener dinero para comprar una carísima tele, sino para comprar lo que ahí se anunciaba. SU tarea ahora, como televidentes, era vivir acorde a las enseñanzas del profeta catódico.

Yo
Yo
YO

Los que me conocen saben que soy un ególatra, pero en mi egolatria, soy consciente de que el bienestar común influye en mi propio bienestar.

Las generaciones postelevisivas donde se siguió el patrón de la "televisión comercial" de Estados Unidos, perdieron ese sentido solidario. Para los gringos, por ejemplo, las personas que vivían el modo tradicional campirano se volvieron "rednecks" en las áreas rurales, basura blanca en las urbanas, despreciada por su incapacidad de consumo.

En México, les llamamos "indios", y hasta la fecha, no por su ascendencia genética, sino por su ignorancia. No tienen tele, son como los indios (tan españoles nosotros).

Preocuparse por el bienestar ajeno es cosa de santos, de poendejos y niños idealistas, los triunfadores deben ser agresivos, "proactivos" (no se si esa palabra exista en español), inmisericordes, etc.

Bueno, malo, eso se los dejo a ustedes decidirlo.

Yo sólo se una cosa: México no podrá salir del hoyo mientras no recupere un mínimo de solidaridad. Curioso, una palabrita que Salinas, ejemplo del neoliberalismo, se encargó de "quemar" en el imaginario social.

1 comentario:

Diana Trex dijo...

Pero cuando escribes y publicas esa egolatría tuya se disuelve en cada mente que te lee, por eso es importante que lo hagas llagar a muchas muchas personas!!! xD