miércoles, 23 de octubre de 2013

Don Quijote y otros héroes ciudadanos

Por azares del destino (y en un tiempo libre que me tomé de la edición de la revista en la que actualmente trabajo) terminé viendo una serie de animación japonesa llamada "Samurai Flamenco".

Una sorpresa agradable, o tal vez era el humor insomne que tengo en estos días.

La serie trata de un joven con una carrera prometedora en el modelaje y posiblemente la farándula japonesa, que tiene un pasatiempo poco común. De hecho creo que su pasatiempo es peligroso:

Es un "heroe" enmascarado.

Con un código moral y ético muy férreo, y prácticamente educado en el género de las series "ranger", (tokusatsu, le llaman en japón), decide que el origen del mal en el mundo se encuentra en la moral diaria, en los malos actos cotidianos de la gente. Tirar basura, obstruir el paso, fumar en zonas de no fumar, andar ebrio en la calle, pasarse un alto (incluso a pie), todo eso va minando la moral de la gente, al punto de que algunos, al presentarse la oportunidad, se volverán "delincuentes verdaderos", dado que la violación a las leyes básicas de convivencia es algo "normal" ya.

Esto me puso a pensar bastante en la situación actual de nuestro país.¿Cuántos delitos se nos han vuelto "normales", o incluso "perdonables"?

En mi caso, robarme el internet y bajar piratería. Puede que tenga muchos argumentos válidos para disculpar mi robo, el hecho, por ejemplo, de que no daño al artista creador, sino a la corporación que lo explota. Incluso en el robo de internet, puedo aludir a que la señal es la que está entrando sin permiso a mi casa, yo simplemente la uso.

Pero legalmente, es incorrecto.

Lo mismo pasa con los conductores ebrios, sin licencia, o que no tienen edad para hacerlo. Y al pensar en esas regulaciones, algunas de ellas ilógicas a mi punto de vista, me acordé de una frase de Winston Churchill, creo, que rezaba: "Si pones mil leyes, la gente perderá el respeto por ellas".

Entonces, entendí que uno de los enormes problemas de nuestro país es la sobrerregulación, el exceso de leyes y reglamentos secundarios que en muchas ocasiones invalidan la letra y/o el espíritu de nuestra Constitución.

Por ejemplo, la ley electoral, que en la práctica vuelve imposible la competencia de los candidatos ciudadanos sin partido. O la propuesta de reforma energética, que usando trucos legalistas permitirá la privatización de la renta petrolera.

O todas esas legislaciones penales y civiles, que permiten las figuras de los arraigos, arrestos preventivos y retenes en carreteras.

Entonces, la pregunta que me hago y seguiré haciendo por unos días es: si la sobrerregulación es causa de la falta de respeto a la ley, la derogación (con tendencia anarquista al estilo chileno) ayudaría al cumplimiento de las leyes que sobrevivieran?

No sé qué opinen.

Otra cosa que me llamó mucho la atención de la serie, es el espíritu "justiciero" absoluto que tiene el protagonista. No tanto por la lectura de su código moral, que cambia cada semana, sino por el sentido "infantil" que los demás personajes a su alrededor le encuentran. "Poco realista", es uno de los calificativos más suaves que tienen contra él.

Hasta que uno de ellos es víctima de uno de esos crímenes menores.

"Es la víctima la que sabe qué tan grave es un crimen".

Es tan simple como esto: Digamos que me robo uno de los artículos que más se roban en México, un celular. Lo tomé de una compañera de clase, un iPhone 5 nuevecito.

La chica al llegar a su casa, es regañada fuertemente, es muy posible que incluso en la discusion salieran a la luz confrontaciones previas con los padres, olvidos de unos, faltas de otros, rencores entre hermanos, etc.

La niña se encierra en su cuarto, sumamente deprimida por todo el problema, y se suicida colgándose.

Todo gracias a que uno de sus compañeros le robó el celular para malbaratarlo en donde compran electrónicos robados. El celular podría haber costado 8 mil, pero al ser robado, no le darán más de 800 pesos. Mil, si trae el cargador.

Mil pesos costó la vida de una niña.

Ya no es tan menor el delito... Aunque el robo sólo fuera el detonante del polvorín, sigue siendo la causa.

¿Fumar en sitios con niños?

Nimiedades. Y eso que yo fumo como chacuaco.

Resulta que un niño cercano es asmático, le da un ataque, no hay nebulizador cerca y se muere.

Minucias.

lunes, 21 de octubre de 2013

Divide y vencerás

Ya dije una vez, que el máximo éxito de las televisoras afiliadas al grupo de poder mexicano tradicional, esas familias que ni se despeinan con la "democracia", es el haber convencido al proletariado de dos cosas:

  1. Las clases sociales son cuestión de consumo, no de posición en la cadena productiva.
  2. La solidaridad y la fraternidad estorban en el éxito personal, y éste es más importante.
Con esas dos simples ideas, extrapoladas una y otra vez en diferentes ejemplos e historias dramáticas a través de los programas, noticieros y telenovelas, han logrado lo que hubiera sido el sueño de los césares a la hora de enfrentarse al poder popular de Roma: Absoluta división y desconfianza entre el pueblo.

En tiempos de los romanos, con todo y que las castas sociales estaban muy marcadas y la movilidad social era difícil, ese mismo "orden" tomado con un sentido casi religioso hacía que entre las clases pobres existiera una gran solidaridad. Desde el alfarero hasta el maestro de oratoria, del campesino al simple legionario, todos sabían que estaban a merced de los patricios y su mafia del Senado.

Esa conciencia no solía actuar contra las instituciones de poder, por ese mismo convencimiento del "orden natural" (curioso que los católicos conservadores usen el mismo término contra las legislaciones por los derechos de mujeres y comunidades altersexuales).

Pero cuando actuaba, vaya que actuaba. En el siglo XX tuvimos la última muestra de ese poder popular italiano: un ex dictador linchado, casi desfigurado y colgado de cabeza en público junto con su esposa y el resto de su séquito en una plaza.

Mucha de la crispación social durante la época dorada de los movimientos obreros mundialestambién venía de ese sentido de "hermandad". Todos se sentían y sabían explotados por los dueños de las empresas: el obrero mal pagado, el campesino que debía malbaratar su algodón, su carne o su grano, el pequeño comerciante con una ganancia mínima y a menudo endeudado con el proveedor, e incluso el burócrata ninguneado e incapacitado para ejercer la ley contra quienes tuvieran dinero.

Gracias a esa primigenia unión de clase, se lograron obtener los derechos obreros y sociales de que gozamos (por ahora). La jubilación, el salario mínimo, las vacaciones, la atención médica, etc.

Pero los poderosos aprendieron su lección, y crearon, en primera instancia, los "sindicatos blancos", quienes al principio actuaron como rompehuelgas y grupos de choque, para luego convertirse en "ejemplo" de lo bien que les va a los empleados bien portados y dóciles.

La primera columna fue derribada, y en los siguientes años a fuerza de corrupción, engaño y soborno, el sindicalismo degeneró en las "unions" gringas, los sindicatos oficialistas mexicanos y los partidos laboristas europeos.

Pero las brasas seguían encendidas, los derechos obtenidos no podían eliminarse sin que la gente reaccionara.

Así que se tomaron cuestiones tan simples como las modas y la brecha generacional para minar la unión.

Recordemos, por ejemplo, lo que decía Ambrose Bierce, el Gringo Viejo en sus cartas sobre por qué se iba a México: "porque parece que algo se está haciendo".

En ese tiempo, y por lo menos hasta principios de los años 50, los estadunidenses tenían una extraña conciencia de la igualdad, de la fraternidad y la solidaridad, incluso obrera. Aún no empezaba la feroz cacería McArthista y hasta los escritores más conservadores hablaban de que el futuro de la humanidad sería volver al comunismo original o una variante.

Así que con la popularización de la televisión, surgió la oportunidad de enterrar de una vez por todas el sentimiento de igualdad.

Con la radio no se pudo, porque además de ser más o menos barata, cualquiera podía escuchar la radio, incluso desde fuera de la casa donde estuviera instalada. Si había una pelea de box, un anuncio oficial, cualquier tema relevante transmitido en vivo, 80 o 90 personas metidas en un bar podían estar apretujadas escuchando, sin  tener que ver el aparato para enterarse de lo que pasa.

Con la tele no. La tele debes verla de frente y de cerca, así que tener una implicaba que sólo algunas personas podían acompañarte a verla, "un grupo selecto".

La televisión es elitista de nacimiento.

Así que, acorde con su naturaleza, la tele se usó para separar a la gente. Ahora, sólo los que tuvieran tele podrían enterarse de ciertas cosas, disfrutar ciertos contenidos. Eran gente "privilegiada", no sólo por tener dinero para comprar una carísima tele, sino para comprar lo que ahí se anunciaba. SU tarea ahora, como televidentes, era vivir acorde a las enseñanzas del profeta catódico.

Yo
Yo
YO

Los que me conocen saben que soy un ególatra, pero en mi egolatria, soy consciente de que el bienestar común influye en mi propio bienestar.

Las generaciones postelevisivas donde se siguió el patrón de la "televisión comercial" de Estados Unidos, perdieron ese sentido solidario. Para los gringos, por ejemplo, las personas que vivían el modo tradicional campirano se volvieron "rednecks" en las áreas rurales, basura blanca en las urbanas, despreciada por su incapacidad de consumo.

En México, les llamamos "indios", y hasta la fecha, no por su ascendencia genética, sino por su ignorancia. No tienen tele, son como los indios (tan españoles nosotros).

Preocuparse por el bienestar ajeno es cosa de santos, de poendejos y niños idealistas, los triunfadores deben ser agresivos, "proactivos" (no se si esa palabra exista en español), inmisericordes, etc.

Bueno, malo, eso se los dejo a ustedes decidirlo.

Yo sólo se una cosa: México no podrá salir del hoyo mientras no recupere un mínimo de solidaridad. Curioso, una palabrita que Salinas, ejemplo del neoliberalismo, se encargó de "quemar" en el imaginario social.